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domingo, 11 de junio de 2017

Torturar a una estrella - Estela Lamat


No ha pasado nada, el fuego mantiene su estructura de llama, la calle sigue en pie de guerra en el mismo lugar donde tu pie y el mío representaron un acto, ahora invisible. Las calles se vuelven minutos lunares, las calles se vuelven ventanas, -gritas con un pulmón asfixiado-, las calles inocentes ante el pie sodomita, las calles intrépidas y redondas, las calles quirúrgicas, las calles monopolizadas por tu ausencia, las calles extraviadas camino a una casa sin ventanas porque me las llevé todas con mis dientes partidos, las calles abundantes de deseos, las calles que se hermanan en cada esquina y luego se enemistan para seguir camino a una galaxia invisitada, las calles volátiles, pavimentadas de fuegos y por el fuego, las calles miserables y sonrientes ante el viento estelar de un destino cojo y hambriento, las calles, único testigo de tus manos en mi cuello, las calles bastión insondable del miedo a los ojos, las calles que me caminan por la espalda cuando digo tu nombre, en la línea próxima a esta letra. Nervios de huesos entre mis huesos, quizás algo ha sido suavemente movido de su sitio habitual, la mesa un poco más a la derecha de la frente, la silla hacia adentro de una célula, los ojos hacia afuera como diciendo padezco de secretos, el corazón a la derecha, imitando gravitaciones solares, nada palpable, nada demasiado dañino, mucho menos perturbador. Nada, nada que se caiga de su sitio por el peso evidente que se me pega como sudor a la cara, nada, nada ha sido levantado más allá de mi cuerpo, la gravedad en toda su justicia ha decidido pegarme al piso y el viento en su inmundicia me ha tomado por el pelo y me ha llevado muy alto. Pero no ha pasado nada, una advertencia se precipita en el mes más cruel de todos, desde el fondo de una iglesia una voz grita aleluya, yo me persigno mirando al cielo y digo, déjame representar este teatro, mírame jugar a que miras y concédeme un deseo. Me dispongo a torturar a una estrella, a hacerla reventarse lentamente en su muerte muy lenta, me dispongo a hacerme una herida justo donde ya no cabe ninguna, justo donde ya no se necesita otra, una muerte dócil, impreco, una muerte dulce, ruego. Mi deseo mide 4 millones de años luz de altura por cuatro millones de años luz de ancho, tu cuerpo siempre eficiente, con su velocidad de viento solar pasa lentamente por mi costado y me dices mientras vuelas con tu ruta infinita, somos cometas, somos cometas -me gritas- soy un piano enfermo de décadas huidas, te dices frente al espejo y yo pongo mi oído en tu boca y afilo mi dedo como una llave que encaja perfectamente y desde siempre en tu presente. Me miras muy despacio y todo el espacio cambia, pero nunca ha pasado nada, insistes, nada de nada, insisto, todo sigue en su sitio: la misma puerta que abres y cierras se apoya sobre tu hombro, la misma cama que recoge mis aristas me señala, mientras más grande la estrella, más pronta es su muerte.



Imagen de: Kir Esadov

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