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jueves, 27 de julio de 2017

Papá y los colores - Héctor Hernández Montecinos



I

Papá morí en el río.
Ellos fueron.
No los niños.
Esos juncos malvados me ofrecieron estas piedras.
Me dijeron que eran mágicas.
Yo les creí y me lancé al río.
Papá ellos me engañaron.
No fue mi culpa morirme.
Los niños me decían que no les hiciera caso.
Huye.
Huye.
Huye de esos juncos me gritaban.
Pero yo quería hablar con ellos como hablo con las abejas.
Los juncos son malvados papá.
No hables con ellos.
Querrán empujarte al río y morirás como yo.
Te darán unas piedras y te dirán que son mágicas pero no lo son.
No quiero que te mueras papá.
Ya no podrás dormir junto a mí.
Es culpa de esos malvados juncos.
Desde el fondo del río me pareces hermoso.
El sol brilla en tu cabeza y tiritas como la corriente del agua.
Bailas en el cielo.
No grites más mi nombre.
Ya me morí.
Tú no me ves y corres despavorido.
No conozco a esa gente que te acompaña.
¿Son luciérnagas?
¿Son cigarras?
¿Son libélulas?
Papá diles que no se posen en los juncos.
Son malvados.
Diles que vuelen más allá del río.
Hay un bosque muy fresco.
Y más allá hay unas montañas con una nieve rosada.
Papá tus manos se ven tan grandes.
Das manotazos en el agua.
Casi me tocas pero estoy en el fondo del río y no me alcanzas.
Estoy feo.
Hinchado y lleno de manchas.
Mi piel se puso blanda y se deshizo.
Estoy feo papá.
Mejor no me busques más.
Dile a mamá que me fui con las abejas.
Ella sabe que también hablo con las flores y nos creerá.
No quiero que me regañe.
No le digas que le hice caso a los juncos.
No le digas que creí que estas piedras eran mágicas.
No le digas que eres hermoso.
Mamá no es mamá.
A mamá se la llevaron los coyotes.
Yo vi cuando vinieron y se fue con ellos.
Los besó en la boca y les dio de comer.
Eran tres coyotes.
Tenían los ojos rojos y hablaban raro.
Mamá sacó una rata de su entrepierna y se las dio.
Los coyotes la despedazaron.
No.
No era una rata.
Era un conejo.
Sí.
Eran decenas de conejos.
Los coyotes olieron toda la casa.
Yo estaba escondido debajo de las cascaras de patatas.
No pudieron verme.
Mamá los invitó a la cama y se movieron con ella.
La mordían y mamá gritaba.
Yo quería ayudarla pero mamá levitaba y no la podía alcanzar.
Más conejos caían de la cama.
Estaban ciegos y de su boca salía vino.
Esos conejos no eran conejos papá.
Eran corderos.
No tenían patas.
Eran feos y yo tenía miedo.
Mamá seguía levitando y los coyotes aullaban.
Mamá te dirá que no es cierto.
Te dirá que los coyotes eran mis amigos y que yo dormí con ellos.
No es verdad.
No creas en sus palabras.
Te dirá que te sigo cuando vas al río.
Te dirá que me desnudo cuando te desnudas.
Pero no le creas papá.
Ella duerme con los coyotes.
Créeme a mí.
Los juncos me dijeron que esas piedras eran mágicas.
Por eso fui con ellos.
Me engañaron.
Al tomar las piedras se hicieron grandes y caí al río.
Eran dos piedras.
Tenían pelos y eran suaves como la piel.
Las besé papá.
Tú estabas sobre mí.
Los juncos son malvados.
Los coyotes volvieron una vez más.
Mamá cortaba la leña que tú no cortas.
Los árboles sangraban y ella se reía.
Tenía dos hachas.
Una en cada mano.
Arrancaba los árboles de raíz.
Estaba loca.
En eso llegaron los coyotes.
Bebieron la sangre de los árboles y también rieron papá.
Yo los vi.
Mamá no es mamá.
Ella te dirá que me fui con los niños y que no me busques más.
Estoy en el fondo del río y no me ves.
No te acerques a los juncos.
Son malvados.
No me busques donde acaba el camino.
Los coyotes aparecerán y querrán comerte.
No regreses a casa porque mamá no es mamá.
Vete con las abejas.
Te darán miel.
Te gustará como me gusta a mí.
La hacen las flores cuando sueñan.
Papá anochece.
No me busques más.
Estoy feo.
Mi cabello se desprende y se va con el río.
Ya no tengo ojos pero aun así te veo papá.
Vete antes que aparezcan los coyotes.
Vete con esas cigarras.
Vete con esas libélulas.
No vuelvas a casa.
Toma papá.
Toma estas piedras por si aparecen los coyotes.
Coge papá estas piedras.
Son piedras mágicas.
Eso papá.
Abre tu mano.
Acércate un poco.
Acércate un poco más.



II


Papá se ha caído al río.
Fueron los juncos malvados.
Papá da manotazos al aire.
Papá grita.
Nadie oye a papá.
Tomó mi mano y resbaló.
Pobre papá.
Los pájaros esos nos han visto.
Pájaros del demonio.
Papá se cayó.
Le dije que no hiciera caso a los juncos.
Le dije que eran malvados pero no me escuchó.
Ahora papá es arrastrado por la corriente.
Su cuerpo se estrella con las rocas del río.
Se oye cada hueso que cruje.
Ya no tiene dientes.
Papá es un bebé y se está muriendo.
Lo siguen los peces carroñeros.
Quieren comerse a papá.
Los coyotes huelen la sangre a lo lejos.
Uno de ellos aúlla.
Se acerca la manada completa.
La tierra tiembla.
Es linda la primavera.
Me gustan los colores aunque no pueda verlos.
Todo debe oler verde.
No sé cómo huele el verde.
Imagino que a aire podrido.
Papá sigue dándose de tumbos.
Su cuerpo se tajea con los troncos de los árboles que alguien derribó anoche.
Se llena de astillas enormes.
Son estacas.
Alguien hizo eso papá.
Derribaron todos los árboles a la redonda y los arrojaron al río.
Papá ya no grites.
Nadie te escuchará.
Guarda silencio.
Te vas a callar.
Los peces carroñeros te rodean.
No saben si comerte o sentir lástima.
Se alejan.
Ni para eso sirves.
Ahora habrá que esperar a los coyotes.
Llegarán al anochecer.
Un brazo tuyo se queda varado en la orilla.
Las hormigas vendrán.
Son cientos de miles.
Harán orificios entre tus uñas y la piel.
Por ahí entrarán lentamente.
Sentirás una a una como devoran la carne emblandecida.
Llenarán tus dedos por dentro y luego tu mano.
Subirán arrasando con todo.
Ni siquiera pelos quedarán.
Beberán lo que quede de sangre y podrán hablar hasta el amanecer.
Te dije papá que no te acercarás al río.
Te advertí que los juncos eran malvados.
Las piedras no eran mágicas pero no me hiciste caso.
Nunca me escuchas.
Yo te hablo y me ignoras.
No me ves.
Soy invisible.
Para ti estoy muerto papá.
Nací muerto.
Como estas malditas piedras en el fondo de este maldito río.
¿Es linda la primavera papá?
Cuéntame cómo es.
¿Es cierto que las plantas se elevan hasta el cielo para alimentarse del sol?
¿Es cierto papá?
Dime si es verdad que el arcoíris es de muchos colores.
¿Cuántos?
¿Qué colores son?
¿Viven las nubes?
¿Tienen hijos?
Las hormigas han dejado restos de huesos.
Parecen de pollo.
Papá es un pollo
¿Eres un pollo papá?
¿Puedes poner huevos?
¿Sabes volar?
Eres un pollo y los coyotes te van a desplumar.
Te retorcerán el cogote.
¿Qué le dirás a mamá si quiere hacerte un guisado?
Te cortará la cabeza y te meterá a una olla con agua hirviendo.
Me dirá a mí que te arranque las plumas y las patas.
Yo no quiero que seas un pollo papá.
No podrás volar.
A mí me gustan las abejas.
Vuelan muy bonito.
Se roban los colores de las flores.
Van de una en una.
Duermen ahí.
Luego sueñan con ellas y se van.
Las flores sueñan papá.
En ese momento las abejas se roban sus colores.
Comienza a hacer frío.
Los coyotes no tardan en llegar.
No queda mucho de ti papá.
Tendrán que conformarse con lo que deje el río.
Esos juncos eran malvados.
Sus piedras no eran mágicas.
Quiero que esos pájaros dejen de mirarme.
Váyanse.
No sé lo que quieren.
Me arrastra el río.
Tú y yo somos lo mismo.
Rebanadas de carne.
Astillas de huesos.
Cartílagos flotando.
Pelo enredado en las ramitas a la deriva.
A nadie le importamos.
He escuchado como gritan tu nombre.
Ahora que anochece ya se fueron.
Sólo se oye la manada de coyotes acercándose.
Las hormigas también se han ido.
Una brisa fresca huele a humo.
Alguien quema leña a lo lejos.
Pasarán la noche cerca del río.
De verdad te quieren.
No saben que eres una gallina.
¿Tienes huevos?
¿Vas a poder volar alguna vez?
Nunca me dijiste cómo es la primavera.
Luego te quejas.
Esas luces en el bosque son los ojos de los coyotes.
Vienen con hambre.
Son cientos.
Te devorarán toda la noche.
Las hormigas se amanecerán cantando.
Mañana volverán.
Recorrerán todo el bosque para llegar aquí mismo.
Seguirán buscándote pero nadie te encontrará.
Lo que de ti quede se perderá en la ciénaga.
Te lo dije papá.
Esos juncos son malvados.
Esas piedras no son mágicas.



III



Papá ya no existes.
De ti no queda nada.
Mamá llora en casa.
Mis hermanos los juncos cantan con el viento.
Mamá oye el silbido de los juncos malvados.
Cree que es papá.
Canten más fuerte.
Los juncos se dejan penetrar por las ráfagas de aire y cantan.
Es una letanía.
Las cigarras y las libélulas que pasan a su lado se desploman.
Las esporas abandonan su camino y vienen acá a morirse.
Es una letanía tan hermosa.
Mamá cree que está soñando.
Deben ser los ángeles que vienen por mí.
Se cubre con el güipil y sale de casa.
Sus pies apenas rozan el musgo de las piedras.
Es como si levitara.
Canten más fuerte.
Los riachuelos y las nubes se detienen a escuchar.
Los juncos cierran los ojos y se entregan al viento.
Elevan su voz lo más alto que pueden.
Cientos de juncos malvados cantando al unísono.
Las capas subterráneas de la tierra vibran.
Las raíces de los árboles se contraen.
Mamá se acerca levitando.
Algo trae en su mano.
No sé lo qué es.
La observo desde el fondo del río.
Ella no me ve.
Cree que estoy jugando con los niños.
Cree que me fui con las abejas.
Nací muerto.
Estoy feo.
Canten malditos juncos.
Canten más fuerte.
Viene cayendo la lluvia pero se paraliza y regresa al cielo.
Las olas del mar a lo lejos iban a estrellarse contra las rocas.
Pero las rocas se tendieron en la arena para oír a los juncos que
cantan.
Cantan.
Cantan.
Cantan
¿Oyes cómo cantan los juncos?
Cierra los ojos y óyelos.
Están cantando.
Mamá mueve los labios pero no la oigo.
Los pájaros que observan siguen ahí.
No dicen nada.
Sólo miran.
Mamá se acerca.
Mamá levita.
Los juncos se estremecen cantando.
Mamá levita más alto.
Los coyotes aparecen de improviso y saltan sobre los juncos.
Los muerden con rabia.
Los juncos claman compasión.
Gimen.
Se retuercen.
Piedad gritan.
Piedad a estos malvados juncos.
Los coyotes se meten al río y los arrancan de raíz.
Sollozan los juncos.
Ya no cantan.
Imploran.
Mamá comienza a descender lentamente.
Los coyotes la esperan para devorarla.
Mamá los coyotes te harán daño.
No oye.
Sigo musitando algo que nadie entiende.
Sangran los hocicos de los coyotes.
Tienen cientos de astillas enterradas.
Los juncos son malvados.
El paladar y la lengua sangran.
Se han reunido debajo de mamá y la engullirán.
La esperan con ansías.
Los juncos ya no existen.
Papá tampoco.
Las cigarras y las libélulas han recobrado el juicio y han huido.
También las nubes y las rocas del mar.
Llueve.
Esto no es la primavera.
Acá no hay colores.
Los coyotes quieren acabar con mamá.
Algo dice.
Se oye poco a poco su voz.
Abre su boca.
Mamá dice mi nombre.
Me está llamando.
Busca mi mirada en el fondo del río.
Estoy feo.
Mamá me llama.
Los coyotes la observan.
Ya no quieren comérsela.
Mamá posa sus pies en el musgo.
Ya no levita.
Mira el río y viene hacia acá.
Sigue repitiendo mi nombre
¿Qué quiere de mí?
Mamá morí en el río.
Los niños me empujaron.
Me ofrecieron cáscaras de patatas.
Las habían secado al sol.
Las abejas llegaron y querían llevárselas.
Las abejas son malvadas mamá.
Huye de las abejas.
No vueles con ellas.
Te harán daño.
Lo quieren todo mamá.
Yo tenía hambre y los niños me daban cáscaras de patatas.
Tenía que acercarme al río.
Entonces uno de ellos me empujó y caí.
Intenté nadar pero las abejas me pinchaban las manos.
Son malvadas mamá.
No vueles con ellas.
Querrán picarte y robarte los colores.
Así morí en este río mamá.
Esta es la verdad.
Luego vino papá.
Pero papá era amigo de los niños.
Dormía con ellos.
Les contaba cómo era la primavera.
Les mostraba los colores.
Ellos los tomaban en las manos para que yo los viera.
Papá hizo eso.
Yo le pedía que me sacara del río pero jugaba con esos niños.
Papá sálvame.
Papá aquí estoy.
Papá me ahogo.
Los niños miraban los colores y sonreían con maldad.
Yo me estaba muriendo mamá.
Entraba el agua en mi boca.
No podía respirar.
Papá dame la mano.
Papá ¿me amas?
Papá ¿me dejarás morir?
Mis ojos se nublaron.
No me moví más.
El río comenzó a arrastrarme y así me morí.
Esta es la verdad mamá.
Los coyotes.
Se acercan los coyotes mamá.
Se están metiendo al río.
¿Por qué te ríes?
Son muchos coyotes mamá.
Me están mirando.
Vienen hacia mí.
Mamá los coyotes están rugiendo.
Mamá esta es la verdad.
No regreses a casa.
Las abejas te harán daño.
Mamá no me dejes.
No.
Los coyotes.
Los coyotes.
Los coyotes.



IV



Mamá ya te vas.
Los coyotes me devoraron toda la noche.
Hicieron conmigo lo que quisieron.
Ahora duermen y al rato se irán contigo.
Les escuché decir que los llevarás a casa.
Les harás una cama con la ropa que usábamos papá y yo
¿Es cierto?
Les cantarás canciones después de comer y bailarás sin caerte
¿Es cierto eso mamá?
Los meterás en tu cama y te moverás con ellos.
Aullarán y tú también.
Mamá eres un coyote.
Se lo conté a papá pero no me hizo caso.
Los juncos me decían que con las piedras mágicas podría matarte pero no
quise.
Eso me decían los juncos.
Yo creí que eran malvados pero tenían razón.
Eres un coyote mamá.
Papá era un pollo.
¿Yo qué soy?
Los coyotes se despiertan y te siguen.
Ya no levitas.
Pisas el musgo sobre las piedras y tropiezas.
Qué silenciosa y fría es esta mañana.
Sale un vapor del hocico de los coyotes.
Parecen almas.
Cientos de almas en pena que viven dentro de esos malvados animales.
Cruzan el bosque tras mamá y no dejan huellas.
Entonces cuando pasan cerca del estanque mamá se saca la ropa y se arroja al agua.
Mamá hace cosas extrañas.
Recuerdo que una vez preparó tortillas con algo que sacaba de sus oídos. Sacaba y sacaba con sus manos para luego amasar.
Salió al patio y trajo dos armadillos.
Les arrancó la cabeza con los dientes.
Luego los molió a golpes y los echó a la masa.
Sangraban aún y puso todo al fuego.
Olía feo.
Coman nos dijo a papá y a mí.
Comimos y teníamos asco pero mamá nos observaba de manos cruzadas.
Se lo comerán todo.
Una cabeza de los armadillos había rodado cerca de mis pies.
Me jalaba el pantalón.
Gruñía.
Sentía sus bigotes en mi tobillo.
Me daba cosquillas y reía.
Mamá pensaba que me burlaba de la comida y me rompió el plato en la cara. Ahora comerás del suelo.
Me agaché hasta donde estaba la cabeza del armadillo y le devolví su cuerpo. Corre le decía yo.
Entonces salió despavorido sin que mamá se diera cuenta.
Ya comí mamá.
Eres muy buena mamá le decía.
Observaba mi plato y me abrazaba.
Ve a jugar con los niños.
Vayan al río.
Está muy lindo en estas fechas.
Pero ni ella ni yo sabíamos qué fechas eran.
Ahora sé que el río crece y su cuerpo se agranda.
Mamá es un coyote.
Nos ha engañado.
Todos lo sabían menos yo.
Los juncos me decían que fue la culebra que vive en los cafetales la que hizo a
mamá un coyote.
Decían eso y yo los escupía.
Los insultaba.
Juntaba orina en mis manos y se las arrojaba.
Mamá no es un coyote les gritaba.
Chillaba.
Los juncos insistían y yo lloraba.
Mamá hace cosas extrañas.
La primera vez que papá murió ella tenía trece años.
Papá se le aparecía en las noches.
Le contaba que los ángeles eran lindos.
¿Quieres verlos?
Mamá tenía miedo.
Pero papá le tomaba la mano y salían de casa.
Caminaban toda la noche y llegaban a un monte.
Hace muchos años allí vivía un dios.
Entonces los indiecitos le hicieron una casa para que durmiera.
La construyeron con petates y ramas de árbol.
Vieron que el dios era bueno.
Con el tiempo se construyó una iglesia pero a los indiecitos no les gustó. Tampoco al dios y se fueron con él a vivir a la luna.
En esas ruinas viven unos niños.
Sólo se ven de noche.
No tienen ojos ni pelo.
Esos son los ángeles.
Son muy lindos.
Mamá tenía miedo.
No le gustaban esos ángeles.
Entonces quería volver a casa.
Los niños tenían una fogata que alimentaban con las bancas de la iglesia.
A veces arrojaban figuras talladas en madera.
Papá los ayudaba y cantaba con ellos.
Tenían un idioma raro.
Mamá no quería más estar ahí.
Corría desesperada por el bosque.
Volvía a su cama al amanecer.
Despertaba.
Los coyotes llenaron la casa.
Aullaban y mamá parecía entenderles.
Mamá se arrojaba al suelo y comía con ellos.
Dormía pegada a sus cuerpos.
Orinaba y cagaba ahí.
Mamá es un coyote.
Lo dijeron los juncos.
Tienes que darle con estas piedras.
Son mágicas.
Si le das en la cabeza verás que es un coyote.
Gruñirá y saldrá huyendo.
Yo no quería darle de piedrazos a mamá.
Uno de los coyotes tiene plumas en vez de pelaje.
Es el que más aúlla y el que se monta sobre mamá y la hace gritar.
Mamá sufre con los coyotes.
Deberé ayudarla.
Gime de dolor y se retuerce.
Los coyotes son malvados.
Se le ponen los ojos blancos y se agarra el cabello.
Solloza y rasguña los vidrios de la ventana.
Afuera atardece.
Todo está en calma.



V




Mamá hace cosas extrañas.
¿Quieres un color?
¿Lo quieres?
Pues ve a buscarlo al río.
Allá hay muchos.
Ve.
Los niños te acompañarán
¿No es así niños?
Pues vayan ahora. Ahorita.
Entonces yo corría a toda velocidad.
Le ganaba a los niños en llegar al río.
Quería ser el primero en ver los colores.
Correr más rápido que todos y que cada color fuese apareciendo.
Corría.
Corría.
Corría y pensaba en cómo serían los colores.
Llegaba al borde del río y ahí me paraba.
Miraba hacia atrás y ninguno de los niños venía.
Pasaban las horas y nadie más.
Yo miraba a lo lejos.
Los niños se habían ido.
Volvió cada uno a los restos donde habitaba.
Troncos huecos.
Debajo de las piedras.
Vísceras secas.
Huesos apolillados.
No querrán ver los colores acaso.
Se lo pierden.
No les contaré cómo son.
Me sentaba a esperar a que los colores asomaran.
Las horas seguían llegando.
Flotaban en las aguas del río.
Qué lindas se veían.
Una a una.
Redonditas y risueñas.
Pero cada una estaba resguardada por un animal.
La hora de la puesta del sol venía con un gato de un solo ojo.
La hora del atardecer con un perro que aullaba a la primera estrella.
La del crepúsculo con una serpiente que se mordía la cola.
La del ocaso con un escarabajo que empujaba al resto de las constelaciones.
Las miraba avanzar lentamente.
Me acomodaba en un arbusto y seguía esperando a los niños.
La hora del anochecer estaba acompañada de un búho que comenzaba a profetizar.
La hora de la umbra venía con un león a punto de despertarse.
La de las pesadillas con una cabra de tres cabezas.
Y la medianoche con un toro que era la misma noche.
Unos pájaros que no decían nada me observaban.
No se movían.
¿Estarán esperando también los colores?
¿Serán un color?
¿Qué es un color?
¿Estarán esperando a los niños?
Hacía frío y una brisa comenzaba a empujarme.
El río es lindo.
Me gusta el río.
Qué lindos son esos juncos.
Son suaves.
Se oyen.
Las estrellas se reflejan en el agua.
Brillan.
Coge una de las piedras mágicas.
Cógela.
Pero yo sólo veía las estrellas en el río.
Toma una de ellas.
Esas piedras son mágicas.
Te encantarán.
Estiré mi mano hacia una de las estrellas que refulgían en el río.
Tomé el charquito de agua y ahí estaba la estrella.
Ya ves.
Esa piedra es mágica.
Ahora pide un deseo.
Pero yo no sabía lo que era el deseo.
¿Qué es lo que quieres?
¿En qué sueñas?
Papá.
Papá y los colores.
Eso le dije a los juncos.
Se reían.
Se reían más fuerte.
Perdían el equilibrio de tanto reírse.
Entonces uno de los pájaros habló.
Ven.
Vamos a ver los colores.
Nos internamos en el bosque.
Gracias juncos.
Gracias piedras mágicas.
Te voy a enseñar algo.
No debes contárselo a nadie.
Será el secreto más grande de nuestras vidas.
Avanzábamos cada vez más.
Yo sentía que alguien nos iba siguiendo pero no decía nada.
Escuchaba el musgo sobre las piedras.
¿Veremos los colores?
¿Volveré a ver papá?
El pájaro se me acercó y me susurró algo al oído.
¿Papá vive en aquella montaña?
¿El río se lo llevó hasta allá?
Esperaré que la luna se llené y me iré con ella.
Llevaré agua de flores y tortillas.
Iré donde papá y los colores.
Le contaré muchas cosas.
Soy casi un hombre pero también casi soy una mujer.
Mamá dice que esa montaña es un volcán.
Lleno de coyotes hambrientos.
Te saltan encima y te devoran el aire.
Con sus patas amasan tu cuello hasta triturar los huesos.
Luego hacen lo mismo con la piel.
Meten su hocico en tu cuello y se lo llevan.
Eso me dice mamá y grita de espanto.
No sabrá que me voy a buscar a papá.
Sigo esperando a que la luna se llene.
Hace frío y tarda.
Miro las estrellas.
Son tan poquitas.
Casi todas han muerto.
Mamá dice que es culpa del volcán.
Que cuando respira hacia adentro les arranca el fuego.
Cada vez que te encuentres en el cielo con esas estrellas que caen es que el
volcán las está devorando.
No vayas nunca al volcán.
Es perverso.
Está lleno de coyotes y de animales carroñeros.
Les gusta comerse la muerte de uno.
No vayas a ese volcán.
No vayas nunca.
Fui.
Los colores me trajeron de regreso a casa.

lunes, 17 de julio de 2017

Pequeña confesión - Jorge Teillier




En memoria de Serguei Esenin 

En memoria de Serguei Esenin

Si, es cierto, gasté mis codos en todos los mesones.
Me amaron las doncellas y preferí a las putas.
Tal vez nunca debiera haber dejado
El país de techos de zinc y cercos de madera.

En medio del camino de la vida
Vago por las afueras del pueblo
Y ni siquiera aquí se oyen las carretas
Cuya música he amado desde niño.

Desperté con ganas de hacer un testamento
-ese deseo que le viene a todo el mundo-
pero preferí mirar una pistola
la única amiga que no nos abandona.

Todo lo que se diga de mí es verdadero
Y la verdad es que no me importa mucho.
Me importa soñar con caminos de barro
Y gastar mis codos en todos los mesones.

"Es mejor morir de vino que de tedio"
Sin pensar que pueda haber nuevas cosechas.
Da lo mismo que las amadas vayan de mano en mano
Cuando se gastan los codos en los mesones.

Tal vez nunca debí salir del pueblo
Donde cualquiera puede ser mi amigo.
Donde crecen mis iniciales grabadas
En el árbol de la tumba de mi hermana.

El aire de la mañana es siempre nuevo
Y lo saludo como un viejo conocido,
Pero aunque sea un boxeador golpeado
Voy a dar mis últimas peleas.

Y con el orgullo de siempre
Digo que las amadas pueden ir de mano en mano
Pues siempre fue mío el primer vino que ofrecieron
Y yo gasto mis codos en todos los mesones.

Como de costumbre volveré a la ciudad
Escuchando un perdido rechinar de carretas
Y soñaré techos de zinc y cercos de madera
Mientras gasto mis codos en todos los mesones.



De Para un pueblo fantasma, 1978.

domingo, 16 de julio de 2017

El incendio de un sueño - Charles Bukowski



La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
ha sido destruida por las llamas.
Aquella biblioteca del centro. « »

Con ella se fue
gran parte de mi juventud.

Estaba sentado en uno de aquellos bancos
de piedra cuando mi amigo
Baldy me preguntó:
«¿vas a alistarte en
la brigada Lincoln?»

«Claro», contesté
yo.

Pero, al darme cuenta de que yo no era un idealista político
ni un intelectual
renegué de aquella
decisión más tarde.

Yo era un lector
entonces
que iba de una sala a
otra: literatura, filosofía,
religión, incluso medicina y geología.

Muy pronto
decidí ser escritor,
pensaba que sería la salida
más fácil
y los grandes novelistas no me parecían
demasiado difíciles.

Tenía más problemas con
Hegel y con Kant.
Lo que me fastidiaba
de todos ellos
es que
les llevara tanto
lograr decir algo
lúcido y/o interesante.

Yo creía
que en eso
los sobrepasaba a todos
entonces.

Descubrí dos cosas:

a) que la mayoría de los editores creía que
todo lo que era aburrido
era profundo.

b) que yo pasaría décadas enteras
viviendo y escribiendo
antes de poder
plasmar
una frase que
se aproximara un poco
a lo que quería
decir.

Entretanto
mientras otros iban a la caza de
damas,
yo iba a la caza de viejos
libros,
era un bibliófilo, aunque
desencantado,
y eso
y el mundo
configuraron mi carácter.

Vivía en una cabaña de contrachapado
detrás de una pensión de 3 dólares y medio
a la semana
sintiéndome un
Chatterton
metido dentro de una especie de
Thomas
Wolfe.

Mi principal problema eran
los sobres, los sellos, el papel
y el vino,
mientras el mundo estaba al borde
de la Segunda Guerra Mundial.

Todavía no me había
atrapado
lo femenino, era virgen
y escribía entre 3 y
5 relatos por semana
y todos
me los devolvían, rechazados por
el New Yorker, el Harper´s,
el Atlantic Monthly.

Había leído que
Ford Madox Ford solía empapelar
el cuarto de baño
con las notas que recibía rechazando sus obras
pero yo no tenía
cuarto de baño, así que las amontonaba
en un cajón
y cuando estaba tan lleno
que apenas podía
abrirlo
sacaba todas las notas de rechazo
y las tiraba
junto con los relatos.

La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
seguía siendo
mi hogar
y el hogar de muchos otros
vagabundos.

Discretamente utilizábamos los
aseos
y a los únicos que
echaban de allí
era a los que
se quedaban dormidos en las
mesas
de la biblioteca; nadie ronca como un
vagabundo
a menos que sea alguien con quien estás
casado.

Bueno, yo no era realmente un
vagabundo, yo tenía tarjeta de la biblioteca
y sacaba y devolvía
libros,
montones de libros,
siempre hasta el límite de lo permitido:

Aldous Huxley, D.H. Lawrence,
e.e. cummings, Conrad Aiken, Fiódor
Dos, Dos Passos, Turgénev, Gorki,
H.D., Freddie Nietzsche,
Schopenhauer,
Steinbeck,
Hemingway,
etc.

Siempre esperaba que la bibliotecaria
me dijera: «qué buen gusto tiene usted,
joven».

Pero la vieja
puta
ni siquiera sabía
quién era ella,
cómo iba a saber
quién era yo.

Pero aquellos estantes contenían
un enorme tesoro: me permitieron
descubrir
a los poetas chinos antiguos
como Tu Fu y Li Po
que son capaces de decir en un
verso más que la mayoría en
treinta o
incluso en cientos.

Sherwood Anderson debe de haberlos
leído
también.

También solía sacar y devolver
los Cantos
y Ezra me ayudó
a fortalecer los brazos si no
el cerebro.

Maravilloso lugar
la Biblioteca Pública de Los Ángeles
fue un hogar para alguien que había tenido un
hogar
infernal
arroyos demasiado anchos para saltarlos
lejos del mundanal ruido
contrapunto
el corazon es un cazador solitario
James Thurber
John Fante
Rabelais
de Maupassant
algunos no me
decían nada: Shakespeare, G.B. Shaw,
Tolstoi, Robert Frost, F. Scott
Fitzgerald
Upton Sinclair me llegaba
más
que Sinclair Lewis
y consideraba a Gogol y a
Dreiser tontos
de remate
pero tales juicios provenían más
del modo en que un hombre
se ve obligado a vivir que de
su razón.

La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
muy probablemente evitó
que me convirtiera en un
suicida,
un ladrón
de bancos,
un tipo
que pega a su mujer,
un carnicero o
un motorista de la policía
y, aunque reconozco que
puede que alguno sea estupendo,
gracias
a mi buena suerte
y al camino que tenía que recorrer,
aquella biblioteca estaba
allí cuando yo era
joven y buscaba
algo
a lo que aferrarme
y no parecía que hubiera mucho.

Y cuando abrí el
periódico
y leí la noticia sobre el incendio
que había destruido
la biblioteca y la mayor parte de
lo que en ella había
le dije a mi
mujer:


«yo solía pasar horas y horas
allí...».

El oficial prusiano
el atrevido muchacho del trapecio
tener y no tener
no puedes retornar a tu hogar.

jueves, 13 de julio de 2017

Como una vieja balada anarquista - Roberto Bolaño


A los verdaderos poetas no les importa
que los observen cuando escriben
Cuando hacen hablar a los pájaros del trópico
en sus diarios o en sus epístolas,
recostados a la sombra de un sauce
esperando que pase
alguna camioneta por la carretera
Cartas aparentemente dulces
que los niños leen – lentamente
en un restaurante mientras atardece
y el restaurante es un aerolito detenido
en el centro del crepúsculo
Los verdaderos poetas parecen
extras de viejos films
Los niños fanáticos
de los pueblos perdidos entre montañas y selvas
los reconocen
(los reconocen cuando los ven
bebiendo cerveza en las terrazas)
les dicen tú eres
el que pasó por una calle
donde estaba Robinson hablando con un policía
– diamantes de medio segundo
de duración
pero Infinitos como los amantes adolescentes
y el hidrógeno
Los verdaderos poetas tiernísimos
metiéndose siempre en los cataclismos más atroces
más maravillosos
sin importarles
quemar su inspiración,
sino dándola
sino regalándola
como quien tira piedras y plumas
Oye poeta, le dicen,
enchufa el amanecer
Oye poeta, desconecta los relámpagos
Cualquier cosa que testifique la ausencia de vacío
Y la lluvia cae durante días
y los días nublados permanecen
semanas alrededor de la carretera
¿Oyes esa risa?
Amada mía, ¿escuchas esas pequeñas risas?
dicen los poetas
cuando comprenden que después de los Carros Blindados
la gente empieza
a planear nuevos motines
La Fronda
La Resistencia
La Clandestinidad
Las largas filas de la emigración
Y los poetas apoyados contra un abedul
mientras la nueve cae lentamente
y los niños cubriéndose
con pieles de coyote
(cubriéndose con periódicos
apoyándose unos en otros)
emigran
Emigran. Emigran
Y las montañas interminables de América
son como un poema anónimo
un tótem indescifrable que rueda
(las montañas y los espejismos interminables
de la América en la noche)
son como palabras,
esos gestos en la oscuridad
vaciados igual que un trozo de metal
de toda esperanza y de todo miedo
Sin embargo
el amor dedica a la aventura
estos rostros
y la aventura dedica al amor
estas carreteras aparentemente solitarias.



 En Muchachos desnudos bajo el arcoiris de fuego (1979)




domingo, 9 de julio de 2017

Ven a mi casa suburbana - Ioshua


Dicen que en aquella casita hay un pibe. Un pibe hermoso que vive en aquella casita. Dicen que su corazón morocho está sufriendo. Dicen que el pibe que vive en aquella casita una vez se enamoró y ahora está sufriendo.

Dicen que su corazón se enamoró de un pibe que venía a besarlo en aquella casita.

Dicen que el pibe hermoso que vive en aquella casita está sufriendo porque ya no viene ningún pibe a besarlo.

Dicen que el pibe hermoso que vive en aquella casita llora cuando recuerda los besos que le daban.

Dicen que el pibe hermoso que vive en aquella casita se la pasa soñando con el morocho que venía a besarlo.

Dicen que el pibe hermoso que vive en aquella casita se la pasa muriendo de pena porque extraña mucho al morocho que lo besaba enamorado en aquella casita.

Hoy es de noche en todo el barrio. Hoy hay un pibe re duro en la esquina, dos cuadras de tierra y tres cervezas más en el corazón. Hoy se va a hacer de noche en algún corazón del barrio.

Hoy el pibe sale de aquella casita a poner caño en todo el barrio. Ahora hay otro pibe re duro en la esquina, dos palabras equivocadas y tres balazos en el corazón.

Dicen que anoche murió el pibe hermoso que vivía en aquella casita. Dicen que le dieron tres balazos en su corazón morocho que estaba enamorado cuando se murió. Dicen que todavía soñaba con el pibe que lo besaba cuando se murió. Dicen que todavía extrañaba mucho al pibe que lo besaba cuando se murió. Dicen que el pibe hermoso anoche salió re drogado de su casita. Dicen que tenía caño. Dicen que se cruzó con otro en la esquina. Dicen que tomaron unas cervezas. Dicen que se conocían. Dicen que se dijeron algo. Dicen que discutieron. Dicen que se empujaron. Dicen que se dijeron “te amo”. Dicen que se equivocaron y dicen que se dispararon y dicen que uno corrió cuando el otro cayó.

Dicen que así fue como anoche murió el pibe hermoso que vivía en aquella casita.

Hoy dicen en todo el barrio que su corazón morocho que sufría…que soñaba…que extrañaba…todavía estaba muy enamorado cuando se murió.

lunes, 3 de julio de 2017

Balada de Pablo de Rokha - Pablo de Rokha


Yo canto, canto sin querer, necesariamente, irremediablemente, fatalmente, al azar de los sucesos, como quien come, bebe o anda y porque sí; moriría si NO cantase, moriría si NO cantase; el acontecimiento floreal del poema estimula mis nervios sonantes, no puedo hablar, entono, pienso en canciones, no puedo hablar, no puedo hablar; las ruidosas, trascendentales epopeyas me definen, e ignoro el sentido de mi flauta; aprendí a cantar siendo nebulosa, odio, odio las utilitarias, labores, zafias, cuotidianas, prosaicas, y amo la ociosidad ilustre de lo bello; cantar, cantar, cantar...—he ahí lo único que sabes, Pablo de Rokha!...



 * * *



Los sofismas universales, las cosmicas, subterráneas leyes dinámicas, dinámicas me rigen, mi canción natural, polifónica se abre, se abre más allá del espíritu, la ancha belleza subconciente, trágica, matemática, fúnebre, guía mis pasos en la oscura claridad; cruzo las épocas cantando como un gran sueño deforme, mi verdad es la verdadera verdad, el corazón orquestal, musical, orquestal, dionysiaco, flota en la augusta perfecta, la eximia resonancia unánime, los fenómenos convergen a él, y agrandan su sonora sonoridad sonora, sonora; y estas fatales manos van, sonámbulas, apartando la vida externa, —conceptos, fórmulas, costumbres, apariencias,—mi intuición sigue los caminos de las cosas, vidente, iluminada y feliz; todo se hace canto en mis huesos, todo se hace canto en mis huesos.



* * *



Pus, llanto y nieblas lúgubres, dolor, solo dolor mamo en los roñosos pechos de la vida, no tengo casa y mi vestido es pobre; sin embargo, mis cantares absurdos, inéditos, modestísimos suman el pensamiento, TODO el pensamiento de la raza y la voz del instante; soy un país HECHO poeta, por la gracia de Dios; desprecio el determinismo de las ciencias parciales, convencionales, pues mi sabiduría monumental surje pariendo axiomas desde lo infinito, y su elocuencia errante, fabulosa y terrible crea mundos e inventa universos continuamente; afirmo o niego, y mi pasión gigante atraviesa tronando el pueblo imbécil del prejuicio, la mala aldea clerical de la rutina.



* * *



Atardeciendo me arrodillé junto a una inmensa y gris piedra humilde, democrática, trágica, y su oratoria, su elocuencia inmóvil habló conmigo en aquel sordo lenguaje cosmopolita e ingenuo del ritmo universal; hoy, tendido a la sombra de los lagos he sentido el llanto de los muertos flotando en las corolas; oigo crecer las plantas y morir, los viajeros planetas degollados igual que animales, el sol se pone al fondo de mis años lúgubres, amarillos, amarillos, amarillos, las espigas van naciéndome, a media noche los eternos ríos lloran a la orilla de mi tristeza y a mis dolores maximalistas se les caen las hojas;. . .«buenos días, buenos días árbol», dije al reventar la mañana sobre las rubias cumbres chilenas, y más tarde clamaba: «estrellas, SOIS estrellas, oh! prodigio...»



* * *



Mis pensamientos hacen sonar los siglos, todos los siglos; voy caminando, caminando, caminando musicalmente y mis actos son himnos, cánticos naturales, completamente naturales; las campanas del tiempo repican cuando me oyen sentirme; constituyo el principio y la razón primordial de todas las tonadas, el eco de mis trancos restalla en la eternidad, los triángulos paradójicos de mi actitud resumen el gesto, el gesto, la figura del super hombre loco que balanceó la cuna macabra del orbe e iba enseñándole a hablar.



* * *



Los cantos de mi lengua tienen ojos y pies, ojos y pies, músculos, alma, sensaciones, grandiosidad de héroes y pequeñas costumbres modestas, simplisísimas, mínimas, simplisísimas de recién nacidos, aullan y hacen congojas enormes, enormes, enormemente enormes, sonríen, lloran, sonríen, escupen al cielo infame o echan serpientes por la boca, obran, obran lomismo que gentes o pájaros, dignifican el reino animal, el reino vegetal, el reino mineral, y son bestias de mármol, bestias, bestias cuya sangre ardiendo y triste, triste, asciende a ellos desde las entrañas del globo, y cuyo ser poliédrico, múltiple, simultáneo está en los quinientos HORIZONTES geográficos; florecen gozosos, redondos, sonoros en Octubre, dan frutos rurales a principios de Mayo y Junio o a fines de Agosto, maduran todo el año y desde nunca, desde nunca; anarquistas, estridentes, impávidos, crean un individuo y una gigante realidad nueva, algo que antes, antes, algo que antes no estaba en la tierra, prolongan mi anatomía terrible hacia lo absoluto, aún existiendo independientemente; ¡tocad su cuerpo, tocad su cuerpo y os ensangrentareis los dedos MISERABLES!.. !..



* * *



Ariel y Calibán, Egipto, Grecia, Egipto y SOBRE TODO Chile, los cuadrados países prehistóricos, Jesús de Nazareth, los cielos, las montañas, el mar y los hombres, los hombres, las oceánicas multitudes, ciudades, campos, talleres, usinas, árboles, flores, sepulcros, sanatorios, hospicios u hospitales, brutos de piel terrosa y lejano mirar lleno de églogas, insectos y aves, pequeñas, arminosas mujeres pálidas; el cosmos idiota, maravilloso, maravilloso, maravilloso, maravilloso orienta mis palabras, y rodaré sonando eternamente, como el viejo nidal, como el viejo nidal, como el viejo nidal en donde anidan TODOS los gorjeos del mundo!...


Texto: Pablo de Rokha