Contribuyentes

miércoles, 7 de octubre de 2020

El mar es Historia – Derek Walcott



¿Dónde están vuestros monumentos, vuestros mártires y batallas?

¿Dónde, vuestra memoria tribal? Está, señores,
en ese cofre gris: el mar. El mar
los tiene a buen recaudo: es Historia.

En el principio era el aceite, palpitante,
denso como el caos;
luego, luz al final del túnel,

la linterna de una carabela:
tal fue el Génesis.
Luego los gritos hacinados,
la mierda, los lamentos:

el Éxodo.
Huesos por el coral soldados a los huesos,
las Tablas de la ley: mosaicos
que con su sombra un tiburón bendijo;

tal fue el Arca de la Alianza.
Luego, de los quebrados cables
de luz del sol sobre el suelo marino,

las harpas doloridas del cautiverio babilónico,
mientras que blancas cauris como esposas
ceñían las muñecas de las mujeres ahogadas;

tales los brazaletes de marfil
del Cantar de Salomón.
Pero el océano seguía pasando hojas en blanco

en busca de la Historia.
Luego vinieron hombres, ojos pesados como anclas,
que se hundieron sin una tumba,

ladrones que devastaron el ganado
y abandonaron las calcinadas osamentas como hojas de palma sobre
    la playa;
tiempo después la marea engulló, furiosa,
entre sus fauces espumeantes, Port Royal,
ése fue Jonás.
¿dónde está pues vuestro Renacimiento?

Enterrado, Señor, en las arenas,
cerca del cenagoso banco del arrecife,
ahí donde los cuerpos de los hombre de guerra iban flotando;

tomad este visor, yo mismo os llevaré.
Todo es sutil y submarino,
entre colonias de coral,

más allá de las góticas ventanas de las gorgonias,
hasta donde, ojos de ónix, parpadean
ásperas carpas abrumadas de joyas como reinas calvas.

Estas cuevas repletas de aristas y escaramujos
como piedras labradas
son nuestras catedrales,

y el ardiente calor anterior a los huracanes
es Gomorra. Huesos pulverizados por ruedas de molino
convertidos en harina y arcilla

fueron nuestro Libro de Lamentaciones,
pero eran solamente Lamentaciones,
no eran la Historia.

Vinieron luego, como sucia espuma en el reseco labio del río,
los juncos pardos de los pueblos
creciendo hasta convertirse en ciudades,

y por la noche, el coro de los mosquitos,
y por encima de ellos, las agujas de los campanarios
hundiéndose en el costado de Dios

al ponerse Su hijo; y ése fue el Nuevo Testamento.

Vinieron después las blancas hermanas
aplaudiendo el avance de las olas
y esa fue la Abolición de la esclavitud–

regocijo, oh regocijo–
que se desvaneció a la misma velocidad
con que el encaje del mar se seca bajo el sol;
pero esa no era la Historia,
era solo la Fe,
y entonces cada roca se escindió y fue su propia nación,

vino luego el concilio de las moscas,
la garza plenipotenciaria,
el sapo reclamando un voto;

¡ah!, luciérnagas con brillantes ideas,
murciélagos veloces cual embajadores en vuelo,
la mantis, caqui como la policía,

y esas togadas orugas: los jueces,
examinando con atención cada caso;
y luego, entre las oscuras espigadas del helecho,

entre las rocas perladas de sal
con sus charcas diminutas, el sonido,
como un rumor sin eco alguno,

de la Historia, de veras comenzando.



lunes, 8 de junio de 2020

Balada de naranja y uva – Muriel Rukeyser



Después de terminar tu trabajo
después de que te hiciste el día
después de haber leído tus lecturas
y escrito tu opinión--
vas hasta el puesto de panchos
de la otra cuadra, cruzando,
en una tarde abrasadora de East Harlem, siglo XX.

Casi todas las ventanas están tapiadas,
las ratas salen corriendo de una bolsa
del garage miserable asoma
un Cadillac largo y lustrado;
en la puerta del centro de adicciones
hay un hombre que quisiera romperte la espalda.
Pero también una mujer morena con una nenita de rosado y rosa.

Salchichas salchichas crepitan en el asador
donde el panchero se inclina--
en la barra no hay nada más
que las dos máquinas de siempre:
la de uva, vacía. Y la de naranja, vacía.
Yo, enfrente, entre las dos.
Pasa un negrito, mira los panchos y sigue caminando.

Miro al hombre mientras se para y vuelca
en esa forma familiar
violeta intenso en la que dice NARANJA
anaranjado en la que dice UVA,

el jugo de uva en la máquina que dice NARANJA
y el de naranja en la que dice UVA.
Una sola palabra grande y clara, inconfundible,
en cada máquina.

Le pregunto: ¿cómo vamos a seguir leyendo
y encontrándole sentido a lo que leemos?--
¿Cómo pueden escribir ellos, los chicos de enfrente,
y creer en lo que escriben
si ud. sigue poniendo uva donde dice NARANJA
y naranja donde dice UVA?
(¿Cómo vamos a creer en lo que leemos y escribimos y escuchamos y decimos y
hacemos?)

Él mira las dos máquinas y sonríe
se encoge de hombros y sonríe, y sigue cargándolas.
Podría tratarse de violencia y no-violencia
podrían ser blanco y negro, hombres y mujeres
podría ser la guerra y la paz o cualquier
sistema binario, amor y odio, amigo y enemigo.
Sí y no, ser y no-ser, lo que hacemos y lo que no hacemos.

Es una esquina de East Harlem,
un basural, lecturas, una sonrisa enorme, violación,
olvido una calle que hierve de crímenes,
miseria y esperanza marchita,
un hombre sigue poniendo uva donde dice NARANJA
y naranja donde dice UVA,
poniendo naranja en UVA y uva en NARANJA para siempre.

Traducción de Sandra Toro


miércoles, 3 de junio de 2020

En esos bares mi papá fue testigo de mi crecimiento – Verónica Yattah



En esos bares mi papá fue testigo de mi crecimiento
como yo de su declive.
Únicamente en esos bares mi papá pudo haber arrimado
una silla alta para una nena de dos años.
Si alguna vez me alimentó dibujando el trazo
de un avión imaginario,
pudo haber sido ahí.
Durante años nos pasó a buscar
a mi hermano y a mí
un sábado por estación,
incluso en invierno
para hacer un recorrido al que llamábamos “los puentes”,
y consistía en caminar de Palermo a Belgrano
y terminar comiendo en una pizzería de avenida Cabildo.
Ya escribí un poema sobre eso
pero hay algo que ese poema no alcanzó a decir.
Los poemas se parecen más a una puerta entornada
y quiero seguir mirando eso que apenas muestran.
La primera vez que vi el amanecer
fue agarrada a la mano de él.
Era primero de enero y volvíamos a las seis.
Mi papá nunca tuvo casa pero sí bares,
y su gusto varía tanto como su ánimo:
va de bares deprimentes a bares hermosos.
Si alguien me preguntara cuál es su bar favorito
no podría decirlo. Y menos entender
que durante años haya preferido restaurantes
con servilletas de tela blanca y fuentes ovaladas
donde pedíamos ravioles para compartir,
y hoy se conforme con cadenas rápidas
en las que puede pasarse horas anotando cosas
en servilletas de papel.
Cuando mi papá y yo entramos a un bar
no estamos entrando a un bar
sino al pasillo, al cuarto, a la cocina de nuestra casa.
Con mi mamá es fácil hablar porque las charlas
se superponen a otros quehaceres:
ella cortando cebolla para una ensalada
o zurciendo el ruedo de algún pantalón.
Con mi papá las palabras pesan
porque son las que nos arman la escena.
En un restaurante de Colegiales
le dije pa, te tengo que decir algo.
En un bar de Aráoz y Juncal me dijo Veri,
tengo algo para decirte.
En decenas de bares diseminados me ayudó a estudiar
para aprobar exámenes mientras él
buscaba trabajo en los clasificados del diario.
La primera vez que vi a una mujer desnuda fue en un bar:
tenía los breteles caídos, estaba borracha y sentada
en el inodoro con la puerta abierta.
Cuando volví a la mesa dije acabo de ver algo raro,

pero más que raro era fascinante.
En otro bar me dijo escuchá, Cesária Evora,
y se puso a tararear.
Yo no sé si a Cesária la escucharía tanto de no ser
porque veo, al escucharla,
el sol que entraba esa tarde por la ventana de ese bar.
El rato que tuvimos de música y silencio.

lunes, 18 de mayo de 2020

Preguntas de un obrero que lee – Bertolt Brecht




¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas?
En los libros aparecen los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió siempre a construir? ¿En qué casas
de la dorada Lima vivían los constructores?
¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada la Muralla China? La gran Roma está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes
triunfaron los Césares? 
¿Es que Bizancio, la tan cantada,
sólo tenía palacios para sus habitantes? 
Hasta en la legendaria Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba, los que se hundían,
gritaban llamando a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César derrotó a los galos.
¿No llevaba siquiera cocinero?
Felipe de España lloró cuando su flota
Fue hundida. ¿No lloró nadie más?
Federico II venció en la Guerra de los Siete Años
¿Quién
venció además de él?
Cada página una victoria.
¿Quién cocinó el banquete de la victoria?
Cada diez años un gran hombre.
¿Quién pagó los gastos?
Tantas historias.
Tantas preguntas.

jueves, 7 de mayo de 2020

Uma Galinha – Clarice Lispector



Era uma galinha de domingo. Ainda viva porque não passava de nove horas da manhã.

Parecia calma. Desde sábado encolhera-se num canto da cozinha. Não olhava para ninguém, ninguém olhava para ela. Mesmo quando a escolheram, apalpando sua intimidade com indiferença, não souberam dizer se era gorda ou magra. Nunca se adivinharia nela um anseio.

Foi pois uma surpresa quando a viram abrir as asas de curto vôo, inchar o peito e, em dois ou três lances, alcançar a murada do terraço. Um instante ainda vacilou — o tempo da cozinheira dar um grito — e em breve estava no terraço do vizinho, de onde, em outro vôo desajeitado, alcançou um telhado. Lá ficou em adorno deslocado, hesitando ora num, ora noutro pé. A família foi chamada com urgência e consternada viu o almoço junto de uma chaminé. O dono da casa, lembrando-se da dupla necessidade de fazer esporadicamente algum esporte e de almoçar, vestiu radiante um calção de banho e resolveu seguir o itinerário da galinha: em pulos cautelosos alcançou o telhado onde esta, hesitante e trêmula, escolhia com urgência outro rumo. A perseguição tornou-se mais intensa. De telhado a telhado foi percorrido mais de um quarteirão da rua. Pouco afeita a uma luta mais selvagem pela vida, a galinha tinha que decidir por si mesma os caminhos a tomar, sem nenhum auxílio de sua raça. O rapaz, porém, era um caçador adormecido. E por mais ínfima que fosse a presa o grito de conquista havia soado.

Sozinha no mundo, sem pai nem mãe, ela corria, arfava, muda, concentrada. Às vezes, na fuga, pairava ofegante num beiral de telhado e enquanto o rapaz galgava outros com dificuldade tinha tempo de se refazer por um momento. E então parecia tão livre.

Estúpida, tímida e livre. Não vitoriosa como seria um galo em fuga. Que é que havia nas suas vísceras que fazia dela um ser? A galinha é um ser. É verdade que não se pode­ria contar com ela para nada. Nem ela própria contava consigo, como o galo crê na sua crista. Sua única vantagem é que havia tantas galinhas que morrendo uma surgiria no mesmo instante outra tão igual como se fora a mesma.

Afinal, numa das vezes em que parou para gozar sua fuga, o rapaz alcançou-a. Entre gritos e penas, ela foi presa. Em seguida carregada em triunfo por uma asa através das telhas e pousada no chão da cozinha com certa violência. Ainda tonta, sacudiu-se um pouco, em cacarejos roucos e indecisos. Foi então que aconteceu. De pura afobação a galinha pôs um ovo. Surpreendida, exausta. Talvez fosse prematuro. Mas logo depois, nascida que fora para a maternidade, pare­cia uma velha mãe habituada. Sentou-se sobre o ovo e assim ficou, respirando, abotoando e desabotoando os olhos. Seu coração, tão pequeno num prato, solevava e abaixava as penas, enchendo de tepidez aquilo que nunca passaria de um ovo. Só a menina estava perto e assistiu a tudo estarrecida. Mal porém conseguiu desvencilhar-se do acontecimento, despregou-se do chão e saiu aos gritos:

— Mamãe, mamãe, não mate mais a galinha, ela pôs um ovo! ela quer o nosso bem!

Todos correram de novo à cozinha e rodearam mudos a jovem parturiente. Esquentando seu filho, esta não era nem suave nem arisca, nem alegre, nem triste, não era nada, era uma galinha. O que não sugeria nenhum sentimento especial. O pai, a mãe e a filha olhavam já há algum tempo, sem propriamente um pensamento qualquer. Nunca ninguém acariciou uma cabeça de galinha. O pai afinal decidiu-se com certa brusquidão:

— Se você mandar matar esta galinha nunca mais comerei galinha na minha vida!

— Eu também! jurou a menina com ardor. A mãe, cansada, deu de ombros.

Inconsciente da vida que lhe fora entregue, a galinha passou a morar com a família. A menina, de volta do colégio, jogava a pasta longe sem interromper a corrida para a cozinha. O pai de vez em quando ainda se lembrava: "E dizer que a obriguei a correr naquele estado!" A galinha tornara-se a rainha da casa. Todos, menos ela, o sabiam. Continuou entre a cozinha e o terraço dos fundos, usando suas duas capacidades: a de apatia e a do sobressalto.

Mas quando todos estavam quietos na casa e pareciam tê-la esquecido, enchia-se de uma pequena coragem, resquícios da grande fuga — e circulava pelo ladrilho, o corpo avançando atrás da cabeça, pausado como num campo, embora a pequena cabeça a traísse: mexendo-se rápida e vibrátil, com o velho susto de sua espécie já mecanizado.

Uma vez ou outra, sempre mais raramente, lembrava de novo a galinha que se recortara contra o ar à beira do telhado, prestes a anunciar. Nesses momentos enchia os pulmões com o ar impuro da cozinha e, se fosse dado às fêmeas cantar, ela não cantaria mas ficaria muito mais contente. Embora nem nesses instantes a expressão de sua vazia cabeça se alterasse. Na fuga, no descanso, quando deu à luz ou bicando milho — era uma cabeça de galinha, a mesma que fora desenhada no começo dos séculos.

Até que um dia mataram-na, comeram-na e passaram-se anos.



jueves, 13 de febrero de 2020

Para quién escribo – Vicente Aleixandre

I
¿Para quién escribo?, me preguntaba el cronista,
El periodista o simplemente el curioso.
No escribo para el señor de la estirada chaqueta, ni para
Su bigote enfadado, ni siquiera para su alzado índice
Admonitorio entre las tristes ondas de música.
Tampoco para el carruaje, ni para su oculta señora
(Entre vidrios, como un rayo frío, el brillo de los impertinentes).
Escribo acaso para los que no me leen. Esa mujer que
Corre por la calle como si fuera abrir las puertas a la aurora.
O ese viejo que se aduerme en el banco de esa plaza
Chiquita, mientras el sol poniente con amor le toma,
Le rodea y le deslíe suavemente en sus luces.
Para todos los que no me leen, los que no se cuidan
De mí, pero de mí se cuidan (aunque me ignoran).
Esa niña que al pasar me mira, compañera de mi aventura,
Viviendo en el mundo.
Y esa vieja que sentada a su puerta ha visto vida,
Paridora de muchas vidas, y manos cansadas.
Escribo para el enamorado; para el que pasó con su
Angustia en los ojos; para el que le oyó; para el que
Al pasar no miró; para el que finalmente cayó cuando
Preguntó y no le oyeron.
Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo
Escribo. Uno a uno, y la muchedumbre. Y para los
Pechos y para las bocas y para los oídos donde, sin
Oírme,
Está mi palabra.


II
Pero escribo también para el asesino. Para el que con
Los ojos cerrados se arrojó sobre un pecho y comió
Muerte y se alimentó, y se levantó enloquecido.
Para el que se irguió como torre de indignación, y se
Desplomó sobre el mundo.
Y para las mujeres muertas y para los niños muertos, y
Para los hombres agonizantes.
Y para el que sigilosamente abrió las llaves del gas y la
Ciudad entera pereció, y amaneció un montón de cadáveres.
Y para la muchacha inocente, con su sonrisa, su corazón,
Su tierna medalla, y por allí pasó un ejército de
Depredadores.
Y para el ejército de depredadores, que en una golpeada
Final fue a hundirse en las aguas.
Y para esas aguas, para el mar infinito.
Oh, no para el infinito. Para el finito mar, con su limitación
Casi humana, como un pecho vivido.
(Un niño ahora entra, un niño se baña, y el mar,
El corazón del mar está en ese pulso.)
Y para la mirada final, para la limitadísima Mirada Final,
En cuyo seno alguien duerme.
Todos duermen. El asesino y el injusticiado, el regulador
Y el naciente, el finado y el húmedo, el seco
De voluntad y el híspido como torre.
Para el amenazador y el amenazado, para el bueno
Y el triste, para la voz sin materia
Y para toda la materia del mundo.
Para ti, hombre sin deificación que, sin quererlas mirar,
Estás leyendo estas letras.
Para ti y todo lo que en ti vive,
Yo estoy escribiendo.