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lunes, 7 de agosto de 2017

La cruz del Baker - Raúl Zurita




Las aguas del Barrancas se vaciaban sobre el Wadis. Desde
el sur caía el río Bravo, desde el norte el río Ventisqueros y
por el este, llevándoselo todo, los torrentes del gran Baker.
Hijito, me preguntó, ¿pero has visto alguna vez correr la
verdadera sangre de Cristo? Después me señaló el río, más
arriba las tierras taladas. Es la codicia, me dijo, es eso.
Como si en verdad viniera del otro mundo, su único ojo
parecía horadar las corrientes.
Fue una guerra sin Dios ni ley. Los grandes estancieros
comenzaron a especular con la madera y en pocos años
arrasaron con los bosques. Así fue: cuando se vino la fiebre
del alerce la codicio reventó a los humanos. Sí, sí; ni Dios
ni ley. Contrataron a gente de todas las calañas: ex
presidiarios arrancados y dementes. Más de doscientas
almas que dormían con el corvo bajo el brazo. La paga no
era mala y el trabajo duro. Había que soportar meses
aislado de todo y la falta de mujer crispaba los nervios.
Durante el día solo se escuchaba el ronroneo de las sierras
contra los troncos, las órdenes y el estrépito de los árboles
viniéndose abajo. Después, en la noche, las pullas de los
hombres riendo, las apuestas y de tanto en tanto los gritos
de las peleas. Solo el canto del río perduraba, el rumor del
Baker brillando entre sus orillas. Él era nuestro único
cordón con el mundo. Más al sur, saliendo al encuentro del
río Negro, recibían los troncos que mandábamos flotando
cauce abajo. Por el Baker nos llegaban también las
provisiones y si alguien lo tenía a bien mandarlas, buenas
cartas. Pero era el río, siempre el río. Yo era el más joven.
Durante la jornada, si la tormenta lo permitía, trabajábamos
codo a codo, pero cuando eso terminaba la sed del juego
les cosía las entrañas y me rifaban a mí entre ellos.
Comenzó una vez en que me sorprendieron sirviéndole a
otro hombre. Algo de él me había movido; un ligero
apartarse. Por eso quise darle un poco de mí, solo un poco.
Bien preciosura, dijeron los otros; ¿y por qué no con todos
entonces? Al comienzo me defendí y alcancé a tocar a uno
con el corvo, pero la verdadera tragedia empezaría después.
Eran los primeros días de abril y el trabajo debía terminar
antes de que arreciaran las nevadas. La proximidad de la
paga y del regreso había levantado los ánimos y a duras
penas la violencia cedía ante los sarcasmos hasta que en un
momento, como jugando, el capataz dijo que esa semana
los buenos muchachos no comían carne y se arrepentían de
sus pecados. Era viernes. Ese fue el inicio. Uno se paró y
abriéndose los pantalones mostró y dijo: ¡Este es mi
tremendo pecado! y después dirigiéndose a mí exclamó: ¡Y
si es por carne poca tenemos por ahora con esta burra! ¡Ay
consuélanos carnecita! Sí consuélanos, consuélanos, se
reían alardeando los demás mientras me empujaban de uno
en otro. El hombre que había servido solamente miraba.
Aguanta, me dijo al oído: aguanta. Y bien, lanzó de nuevo
el capataz, ¡ahora lo único que nos falta es un buen Cristo!
De pronto todos habían callado y un silencio brumoso
parecía subir desde el río. En diez minutos la cruz estaba
hecha. ¡La burra o su novio! preguntó uno. Sus ojos se
habían abierto y miraba sorprendido. ¡Él! ¡Él! comenzaron
a corear todos y yo mismo me vi diciendo: sí, Él, Él.
Cuando empezaron a clavarlo quise aferrarme a sus pies.
La primera pedrada me arrancó el ojo. Poco después
terminó todo.
Al otro día temprano llegaron las provisiones. Ya era
sábado. Su sangre se había secado y la cruz dividía el cielo
en cuatro. En unos días más nos marcharíamos y el dinero
se iría rápido. En las orillas del río Baker, donde se
abren las grandes corrientes. Al este y al sur, norte y oeste.




Y cantan y cantan los
              ríos del cielo

Y cantan y cantan los 
              ríos del cielo

martes, 1 de agosto de 2017

Voy a hablar de la esperanza - César Vallejo




Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.

Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si me hubieran cortado el cuello de raíz, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otra modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.

Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía sin fuente ni consumo!

Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.