ni sacerdote ni visitas
y todos se tienden en la playa
saludables bajo el sol del verano.
Algunas yerbas nos curan los males del estómago
y la religión sólo entra con las campanas alborotando los canarios.
Aquí todos se han muerto con una modestia conmovedora,
mi padre, por ejemplo, el lamentable Prometeo
silenciosamente picado por el cáncer más bravo que las águilas.
Ahora nosotros
ninguno doctor o notable
en el corazón de modestas tribus,
la tribu de los relojeros
la más triste de los empleados públicos
la de los taxistas
la de los dueños de fonda
de vez en cuando nos ponemos trágicos y nos preguntamos por la muerte.
Pero hoy estamos aquí saludables escuchando el murmullo
de la mar que es el morir.
Y este murmullo nos reconcilia con el otro murmullo del río
por cuya ribera anduvimos matando sapos sin misericordia,
reventándolos con un palo sobre las piedras del río tan metafórico
que da risa.
Y nadie había en la ribera contemplando nuestras vidas hace años
sino solamente nosotros
los que ahora descansamos colorados bajo el verano
como esperando el vuelo del garrote
sobre nuestra barriga
sobre nuestra cabeza
nada notable
nada notable.
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