Subiendo una cuesta empinada,
bajo un sol que me freía el rostro y el sudor empapando mi vestido, llegué a
casa del poeta Antonio Preciado. Toqué el timbre y apareció en el pórtico como
una visión ancestral, como si la historia de todo un pueblo o de todas las
vidas que le antecedieron ensamblaran su anatomía, descendió por las escaleras
lentamente a causa de un esguince muscular en su pierna derecha. Entré, lo
saludé y nos dirigimos hasta su biblioteca. Sobre una de las repisas, reposaban
como gárgolas un par de máquinas de escribir antiguas, en las paredes colgaban
fotos que el poeta considera emblemáticas, como por ejemplo; cuando fue
embajador ante la UNESCO en París, cuando fue embajador de Ecuador en
Nicaragua, otras con sus grandes amigos y poetas como: Eduardo Galeano, Ernesto
Cardenal, Maya Angelou, en la Universidad de Tennesse, y tantas que se me
escapan de la emoción de poder plasmar la anécdota de haber conocido al primer
poeta que leí, memoricé y declamé desde niña.
Nos sentamos en unos sillones en
la mitad de la biblioteca, toda la habitación estaba perfumada con el olor de
la madera y el papel amarillo que emanaban los libreros. Entre tantas cosas
hermosas que salían como libélulas zumbando de entre sus labios, algunas se
instalaron en mi cabeza:
“La poesía no es estacionaria, al igual que un
ser vivo está en constante movimiento, hay personas que se atreven a definir cómo
tiene que ser o lo que es peor cómo no tiene que ser, yo sostengo que eso nadie
lo podrá definir nunca”.
“El poeta debe estar cargado de
paciencia y humildad, porque nunca se llega a la perfección, es un trabajo
arduo que termina el día en que este muere”.
“Otras personas sostienen que en
la actualidad no se deben titular los poemas porque eso marca un esquema, yo al
contrario creo que el poeta está en la libertad de experimentar e incorporar la manera que mejor se le
parezca para llegar a su fin”.
“El camino es la lectura, hay que
empaparse no solo de poesía, lea siempre y de esa misma manera olvide y
encuentre su propia voz, precisamente por eso debe leer muchísimo para que en
el camino encuentre su poeta interno, porque la lucha será despertarlo”.
“El poeta no sabrá jamás si su
trabajo ha valido la pena, solo el tiempo y los años se encargarán de colocar y
evaluar el aporte que ha hecho su obra, es por ello que el manto de la
paciencia, debe ser el que cubra su cabeza”.
Continuamos conversando y me
contó sobre su estadía en Senegal, donde tuvo la oportunidad de visitar “House
of Slaves” (Ile de Goree, Dakar, Senegal), en ella
se pueden ver aún los grilletes, las cadenas e instrumentos que utilizaban para
mantener a los esclavos privados de su libertad – Cuando entré en ese lugar sentí un remezón
en el pecho y no pude evitar que corran las lágrimas en mi rostro-.
Preciado se siente identificado
con los poetas negroides, sin embargo sostiene que no es todo lo que nosotros
por ser afros debemos escribir – es bueno remembrar y nunca olvidar de la
manera atroz y cruel que fueron traídos nuestros ancestros, pero el verso debe
de ser universal, hay que escribirle a todo y ampliar nuestra visión de la
literatura y por ende del mundo-.
Lastimosamente tuvimos que
despedirnos ya que debía asistir a su cita con el terapeuta, pero para mí sorpresa antes de despedirme me obsequió algunos libros donde compilan toda su
obra, junto con ellos un CD de poemas grabados en su voz y un abrazo grande.
Tenía los libros entre mis manos, cerca de mi pecho y justo cuando me disponía
a descender la cuesta, me gritó desde el pórtico – La espero la próxima vez con
sus textos para leerla-. Aún no puedo desatar el nudo en mi garganta y los
sentimientos que se chocan al saber que el primer poeta que leí y memoricé,
ahora (aunque por simple curiosidad) quiere leerme. Descendí la cuesta,
tambaleándome y sosteniendo los libros entre mis manos sudorosas para que no se
resbalaran.
No hay comentarios:
Publicar un comentario