1.
Madre, las luces rojas me
persiguen.Yo nunca he buscado a la liebre que las enciende, pero ella está
detrás de cada poste en la calle, tirando monedas de helio al viento para
hacerme bajar la guardia. Juro que me he vendado el cráneo y he dejado de pisar
orugas policromadas pero ella está ahí y conoce cada uno de mis pasos.
2.
Madre he llorado cada noche, a
solas, de soslayo, sin dejar escapar ni un solo gemido, pero mis lágrimas son
agujas, se elevan y van directo a reventar el globo/alma de los que habitan
la casa. Te miento si digo que alguien me arrancó del árbol genealógico, fui yo quien cortó la rama que sostenía mi pulpa aún verde, porque supe desde que
abrí los ojos que mi lugar estaba abajo, con los gusanos que roerían lento mi
cuerpo al madurar.
3.
¿Cómo no ves que la niña se va
lento por el lavabo? Corre tanto viento en mi pecho y coloco periódicos
calientes entre mi ropa. Tengo miedo del cuerpo que habito; miedo del niño
acéfalo creciendo a un costado de la abuela, miedo de las costras acuosas en
las piernas de mi padre, miedo de los cortes en el antebrazo de mi hermana,
miedo del silencio perenne de mi otra hermana. Sobre todo miedo de perderme en este laberinto congénito succionando mi encéfalo; miedo de las ánimas que divagan en voz alta en mi habitación, miedo de compartir el aire con tanto clown encapuchado, miedo de no
volver a sentir el tránsito de la sangre en mi epidermis.
4.
Por las noches mi cuerpo se
aligera y vuelo dormida, sobre la ciudad de los decapitados a quienes les cosen
los labios con arena y sal. A mí me siguen faltando las palabras, me sigue
picoteando un pájaro transparente detrás de la oreja. Quiero volver a estrellar
mi cuerpo en las rocas o lanzarme con los brazos abiertos a la vía. Quiero ser
eterna, fundir mi cuerpo con el viento.
Fotografías: Oscar Peña Gonzalez.
Texto: Yuliana Ortiz Ruano.
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